psicologia camino al exito

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“Solas… en un mundo de parejas”
Entrevista Revista Sophia – Julio 2009 – pp 48
Periodista: Carolina Cattaneo

-¿Coincidís con la idea de que no hay un mundo para solos, un esquema social en el cual las mujeres que no están en pareja puedan tener una vida sin sentirse "fuera de esquema"? Si es así, ¿a qué se debe? ¿A viejas estructurales sociales que aún no cambian? ¿A algunos otros factores? ¿Cuáles?

En los últimos años empezaron a surgir una gran cantidad de propuestas que van desde sitios de citas en Internet –diseñados especialmente para quienes están solos- a salidas, encuentros, y todo tipo de actividades que apunta al “target” de las personas que se encuentran sin pareja. Habría que diferenciar aquí quienes –por cuestiones de personalidad- sistemáticamente se encuentran solos (hombres y mujeres, y resalto esto porque veo cantidad de pacientes hombres, de alrededor de 35 años que hace entre 5 y 10 años que se encuentran solos), de quienes –y en este caso hago hincapié en el sexo femenino- por cambios en los roles (profesionalización) suelen transitar reiterados fracasos de pareja que las encuentra solas entre una y otra relación.

Sí, muchas veces sucede el estereotipo representado por “Bridget Jones”, pero es un estereotipo claramente anglo-sajón, donde el peso de estar “comprometido” y luego casado tiene un valor cultural muy significativo. En nuestro país ese paralelismo puede observarse más bien en sectores económicos medio-altos, o bien en sectores donde la impronta religiosa o cultural (por ejemplo idiosincrasia en los pueblos del interior) demarquen un estilo de vida posible sólo si se está en pareja, y no en soledad. Es realmente difícil para una mujer de un pueblo del interior de nuestro país pensar que puede vivir sola en su propia casa. Muy diferente de lo que ocurre en la Ciudad de Buenos Aires en este momento.

-¿A qué crees que responde el miedo a quedarse solas que experimentan muchas mujeres? Aparentemente, ya no hay más rótulos que negativizan a las mujeres solteras, como el famoso "solterona" o "quedó para vestir santos", y sin embargo, el miedo persiste. ¿Es que aún se arrastra esa connotación social negativa que existía para las mujeres solteras?

- Para pensar cualquier fenómeno es enriquecedor diferenciar dos niveles de análisis: el general, del particular. En términos generales, puede pensarse que este temor tiene distintas fuentes de determinación. Desde lo biológico incide el hecho de ser seres que nos reproducimos, lo que sí o sí necesita de un otro. Y dado que nuestro desarrollo es muy prolongado (a diferencia de otras especies de mamíferos superiores cuya cría se independiza del cuidado materno al año o dos) se requiere del vínculo de pareja para colaborar en el crecimiento y desarrollo de esa cría. A su vez, las improntas, hasta mandatos socio-culturales –aún cuando muchas veces pueden resultar destructivos para el desarrollo de características individuales- en última instancia promueve la unión en pareja, que tiene como función precisamente la reproducción social. Es decir, mirado desde la perspectiva de pertenencia a una especie, llevar adelante la vida en soledad, se da de bruces con las necesidades de reproducir la especie y la sociedad. Pero mirado desde la perspectiva de una persona concreta, particular, suceden otras cosas. Por ejemplo, que los deseos de un cierto estilo de vida en pareja y de desarrollo personal sean incompatibles con ese otro que se encuentra, ya sea porque se desea una pareja más flexible, libre y abierta, y no se encuentra a un compañero que pueda sostener ese estilo deseado sin reiterar las viejas formas de relacionarse (como la de los abuelos o los padres). Puede suceder que las necesidades de autorrealización no encuentren lugar en el conjunto pareja, y en estos casos no hay miedo a quedar solos/as, sino que hay elección. A su vez, la vida –en términos generales nuevamente- es bastante más llevadera en pareja que en soledad. Se afronta la vida en conjunto, se resuelven cargas, ocupaciones, situaciones de a dos. No es lo mismo repartir peso sobre dos, o cuatro hombros… que sumados son mucho más que dos…

Y por supuesto que otra de las fuentes de este miedo es el arrastre de los estigmas sociales. Para entender esto vamos a figurarnos una analogía con las corrientes submarinas, observamos que una corriente, por supuesto, lleva el agua a las costas, pero hay diferentes corrientes que determinan precisamente el curso marino; de la misma manera, nuestra conducta está condicionada por lo bio-psico-social, y este último polo, tiene distintos niveles de determinación que van condicionando estratificadamente la conducta: aquellas pautas que la sociedad transmite de generación en generación, que tienen siglos de arraigo en los sistemas de creencia son muy pregnantes, a diferencia de valores sociales recientes, que traen aire de cosmovisión nueva pero menor capacidad de determinación conductual. La estigmatización/descalificación respecto de la persona sola tiene una larga historia que el sujeto aprende desde que nace. Sabe qué significa esto socialmente, y es a esto también a lo que teme.

-¿Por qué crees que en aquellas reuniones familiares, por ejemplo, muchas veces las mujeres solteras no son invitadas? ¿Por alguna tendencia humana natural a agruparse según características comunes, o simplemente porque la soltera aburre, es diferente y hasta peligrosa?

- Personalmente no he observado que en reuniones entre familiares no se invite a allegados solteros/as. Sí se observa que en reuniones de amigos, cuando la mayoría está en pareja, suelen no participar a los amigos que están solos. En relación a esto agregaría a lo aportado en la respuesta anterior que podría resultar incluso inquietante, no sólo porque una persona sola puede ser “competencia” sino porque el ser humano se intranquiliza ante lo diferente. El ser humano suele sentirse cómodo conduciéndose entre “andariveles”. Cuando aparece la carencia de la pauta, del “ordenador” (una persona sola, que se siente bien consigo misma sale de la pauta de “sólo se puede vivir bien estando en pareja”) se incomoda y cobardemente propende a evitar aquello que le requiera cierto esfuerzo psicológico: quizás esa presencia haga cuestionar las propias elecciones, por ejemplo si se está bien con la pareja actual, tal vez invite a preguntarse por aspectos individuales relegados y postergados, o convoque a hacer un balance e indagar en qué quedaron cosas íntimas, significativas, que tal vez fueron innecesariamente dejadas atrás.

-¿Por qué crees que se suele pensar que si una mujer está sola es porque es muy exigente? ¿Qué opinás al respecto?

Porque suele coincidir con la realidad. Suelen ser mujer exigentes. Muchas veces se trata de mujeres que tienen mucho recorrido y desarrollo personal y no están dispuestas a sacrificar ese espacio en pos de la pareja. Muchas veces no encuentran hombres que puedan tolerar su desarrollo, no por nada es tan descriptivo el tan bello escrito de Héctor Abad llamado “Elogio de la mujer brava” (1).

Opino que la vida en pareja es de una riqueza superlativa. Que vale la pena revisar exigencias, aquellas inútiles, parásitas, accesorias, anecdóticas, que no hacen al punto, que sólo hacen perder. Opino que es sano y constructivo revisar las mismas, saber cuál de ellas se puede posponer para poder estar en pareja, sin dejar de ser quien se es…

Lic. Fabiana Porracin
Psicóloga (UBA) - Antropóloga (UBA)
Ce.: 155.527.0606
Web: http://www.fabianaporracin.com.ar
Mail: info@fabianaporracin.com.ar

(1)

Elogio de la mujer brava, de Héctor Abad


Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc.

En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca.

Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros.

Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio.

Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios

Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado.

Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas.

Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.
Vamos hombres, por esas mujeres bravas!!!!!!!!!!!!!
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