Muchas
veces se escucha en el consultorio comentarios como estos:. “…no sé
si voy a poder cambiar...” o “cómo voy a hacer para cambiar...” Por ellos es que surgió la necesidad de escribir este artículo, que de una
manera sencilla y coloquial explica algunos de los pasos, de los momentos que se
enfrentan en el proceso de cambiar:
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El
cambio da miedo, por la incertidumbre que produce lo desconocido. Lo
conocido da seguridades: lo seguro de lo conocido, que no es poco. Este
miedo no es patrimonio individual, dichos populares expresan: “más
vale malo por conocido que bueno por conocer”, “más vale pájaro
en mano que cien volando”. Pero quedarse con lo conocido hace perder
mucho. Hipoteca la vida, si no es más bien una muerte en vida. Arriesgarse
a cambiar, a transitar hacia lo desconocido implica costos: “el que
quiere celeste que le cueste.”
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El
proceso del cambio es similar a aprender a andar en bicicleta: antes de
empezar uno tiene dudas, no sabe que va a poder hacerlo, ni cómo lo va a
lograr. Se enfrenta al desafío de lograrlo, se equivoca, sea cae, y, sin
saber cómo, aprende para siempre a andar...
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Se comienza el
proceso terapéutico con aspectos similares a los de una moneda, que
presenta dos caras: hay un aspecto que quiere cambiar y otro que no, por
supuesto que es éste último el que genera los “boicots” al cambio.
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En
el consultorio se observa reiteradamente cómo la maleta de viaje de expectativas,
esperas, deseos, necesidades de los padres abren prospectivamente
caminos de vida invisibles. Cuando esas expectativas, esperas, deseos,
necesidades paternas no son constructivas propulsan a caminos de vida
coartados, oscuros, cerrados, detenidos en el único movimiento de más de
lo mismo. Revisar esas expectativas, esperas, deseos, necesidades paternas permite reconocer ciertos por qué del aquí y ahora, para
modificar y enfrentarse a las reales expectativas, esperas, deseos,
necesidades propias.
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Suele
producirse primero el reconocimiento intelectual de aquello que se desea
modificar. Luego dicha intelectualización o racionalización empieza a
“vivenciarse internamente” como necesidad afectiva de cambiar eso que se
pensó, comienza a hacerse más visceralmente profunda, emocionalmente
propia, para luego pasar a la transformación conductual. Posteriormente en
hechos concretos surge, se actúa, se concreta lo que originariamente se
racionalizó.
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En
todo proceso de cambio hay altibajos, similares al ascenso a una montaña:
para seguir, se baja, pero nunca tanto como al inicio. La diferencia es que
nunca se llega a una cima, a un final, se trata de un continuo andar...
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Es
natural volver a “repetirse a uno mismo”, encontrarse haciendo
de nuevo lo mismo ante situaciones nuevas, se saca del “arcón” propio
las formas por las que se aprendió a hacer las cosas, a enfrentarlas, a
resolverlas. Para ello es necesario conocer estas características para
rectificar. Y avanzar así en el encuentro del propio actuar, consonante con
el deseo de uno, no con el deseo de otro.
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Uno
nace, se hace, y se modifica. Uno nace con determinadas características
personales, otras se van haciendo, adquiriendo y modelando a lo largo del
proceso de crecimiento. Algunas características se modelan de acuerdo a deseos,
esperas, expectativas, necesidades, mandatos de personas significativas,
que determinan con su impronta. Estos pueden entrar en conflicto con las
características más propias cuando hay mucha discrepancia entre lo de uno
y lo de ese otro. Este proceso puede ser muy complejo. En las familias
altamente patológicas se produce un desdibujamiento nocivo -cuantitativa y
cualitativamente- de ese que verdaderamente se es. El proceso del cambio
conlleva el conocimiento y reconocimiento de cuáles son las
verdaderas características propias, y cuáles son las que se terminó
aceptando, imitando, asimilando, incorporando identificatoriamente. El
encuentro con el sí mismo se da en el interjuego de ambos descubrimientos,
hasta llegar a niveles de mayor coherencia intelectual-afectivo-conductual con lo que uno
es, con quien uno es.
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Cambiar
implica necesariamente reconocer “lugares”, roles, formas de ser
querido, formas de reaccionar, estilos de resolver problemas, de satisfacer
deseos propios que se ha ido ocupando, resultado en parte de la
vulnerabilidad del niño a necesariamente tener que tomar lo que
“ofrecen” sus mayores. Es necesario conocer esas formas, lugares, roles
que uno ocupó y que se repiten, para poder transformar.
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Es
recurrentemente observable en la práctica clínica que la cara de la moneda
del no cambio es tributaria de identificaciones con modelos de hacer, de
vivir paternos. Esta cara de la moneda -con el modelado particular que le
imprime cada uno- tiene también el sello de lo que se repite familiarmente,
incluso en varias generaciones, de la cultura e idiosincrasia familiar, de
estilos de vida y modos de hacer, de formas de reaccionar y afrontar, de
capacidades de lucha y actitudes para la defensa propia, de formas de
propiciar el autocuidado y cuidado del otro, y mucho más... Y ahí se está,
en las puertas de elegir o no el estilo de vida personal...
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Cambiar
implica riegos: los de enfrentarse con las cosas desconocidas, incluso
oscuras de uno: ambiguas, inciertas, ambivalentes, contradictorias,
complejas. Y los del cambio que uno empieza a generar alrededor. En ese
proceso se pueden perder, se suelen perder relaciones. Pero se abren las
puertas hacia otras.......
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El
cambio produce cierto efecto dominó. Se van cambiando ciertas características
y se producen modificaciones internas nuevas, y alrededor.
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Se
produce de repente como en saltos. Se anda se anda se anda, pareciendo a
veces que no se anduviera. Hasta que, sin que uno lo sepa -como en la
bicicleta- transformó muchas cosas...
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Se
pueden producir “latencias”, como las del “desensillar hasta que
aclare”, es que “caminante, no hay camino, se hace camino al
andar”, y el andar tiene sus ritmos y procesos internos.
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El
terapeuta -en este proceso- es como un remero que te ayuda a que lleves tu
barco a tu propia orilla, cuando hay momentos en los que no sabés cómo
hacer. Es como una llave que buscaste para que actives internamente, para
que te abras y abras las puertas de lo que sos, de quien sos y de lo que
querés ser y hacer.
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Porque a veces no se sabe cómo hacerlo, ni que se
puede hacerlo...
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