psicologia camino al exito

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Muchas veces se escucha en el consultorio comentarios como estos:. “…no sé si voy a poder cambiar...” o “cómo voy a hacer para cambiar...” Por ellos es que surgió la necesidad de escribir este artículo, que de una manera sencilla y coloquial explica algunos de los pasos, de los momentos que se enfrentan en el proceso de cambiar:

 

  • El cambio da miedo, por la incertidumbre que produce lo desconocido. Lo conocido da seguridades: lo seguro de lo conocido, que no es poco. Este miedo no es patrimonio individual, dichos populares expresan: “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, “más vale pájaro en mano que cien volando”. Pero quedarse con lo conocido hace perder mucho. Hipoteca la vida, si no es más bien una muerte en vida. Arriesgarse a cambiar, a transitar hacia lo desconocido implica costos: “el que quiere celeste que le cueste.

 

  • El proceso del cambio es similar a aprender a andar en bicicleta: antes de empezar uno tiene dudas, no sabe que va a poder hacerlo, ni cómo lo va a lograr. Se enfrenta al desafío de lograrlo, se equivoca, sea cae, y, sin saber cómo, aprende para siempre a andar...1

 

  • Se comienza el proceso terapéutico con aspectos similares a los de una moneda, que presenta dos caras: hay un aspecto que quiere cambiar y otro que no, por supuesto que es éste último el que genera los “boicots” al cambio.

 

  • En el consultorio se observa reiteradamente cómo la maleta de viaje de expectativas, esperas, deseos, necesidades de los padres abren prospectivamente caminos de vida invisibles. Cuando esas expectativas, esperas, deseos, necesidades paternas no son constructivas propulsan a caminos de vida coartados, oscuros, cerrados, detenidos en el único movimiento de más de lo mismo. Revisar esas expectativas, esperas, deseos, necesidades paternas permite reconocer ciertos por qué del aquí y ahora, para modificar y enfrentarse a las reales expectativas, esperas, deseos, necesidades propias.
     

  • Suele producirse primero el reconocimiento intelectual de aquello que se desea modificar. Luego dicha intelectualización o racionalización empieza a “vivenciarse internamente” como necesidad afectiva de cambiar eso que se pensó, comienza a hacerse más visceralmente profunda, emocionalmente propia, para luego pasar a la transformación conductual. Posteriormente en hechos concretos surge, se actúa, se concreta lo que originariamente se racionalizó.
     

  • En todo proceso de cambio hay altibajos, similares al ascenso a una montaña: para seguir, se baja, pero nunca tanto como al inicio. La diferencia es que nunca se llega a una cima, a un final, se trata de un continuo andar... 2
     

  • Es natural volver a “repetirse a uno mismo”, encontrarse haciendo de nuevo lo mismo ante situaciones nuevas, se saca del “arcón” propio las formas por las que se aprendió a hacer las cosas, a enfrentarlas, a resolverlas. Para ello es necesario conocer estas características para rectificar. Y avanzar así en el encuentro del propio actuar, consonante con el deseo de uno, no con el deseo de otro.
     

  • Uno nace, se hace, y se modifica. Uno nace con determinadas características personales, otras se van haciendo, adquiriendo y modelando a lo largo del proceso de crecimiento. Algunas características se modelan de acuerdo a deseos, esperas, expectativas, necesidades, mandatos de personas significativas, que determinan con su impronta. Estos pueden entrar en conflicto con las características más propias cuando hay mucha discrepancia entre lo de uno y lo de ese otro. Este proceso puede ser muy complejo. En las familias altamente patológicas se produce un desdibujamiento nocivo -cuantitativa y cualitativamente- de ese que verdaderamente se es. El proceso del cambio conlleva el conocimiento y reconocimiento de cuáles son las verdaderas características propias, y cuáles son las que se terminó aceptando, imitando, asimilando, incorporando identificatoriamente. El encuentro con el sí mismo se da en el interjuego de ambos descubrimientos, hasta llegar a niveles de mayor coherencia intelectual-afectivo-conductual con lo que uno es, con quien uno es.
     

  • Cambiar implica necesariamente reconocer “lugares”, roles, formas de ser querido, formas de reaccionar, estilos de resolver problemas, de satisfacer deseos propios que se ha ido ocupando, resultado en parte de la vulnerabilidad del niño a necesariamente tener que tomar lo que “ofrecen” sus mayores. Es necesario conocer esas formas, lugares, roles que uno ocupó y que se repiten, para poder transformar.
     

  • Es recurrentemente observable en la práctica clínica que la cara de la moneda del no cambio es tributaria de identificaciones con modelos de hacer, de vivir paternos. Esta cara de la moneda -con el modelado particular que le imprime cada uno- tiene también el sello de lo que se repite familiarmente, incluso en varias generaciones, de la cultura e idiosincrasia familiar, de estilos de vida y modos de hacer, de formas de reaccionar y afrontar, de capacidades de lucha y actitudes para la defensa propia, de formas de propiciar el autocuidado y cuidado del otro, y mucho más... Y ahí se está, en las puertas de elegir o no el estilo de vida personal...
     

  • Cambiar implica riegos: los de enfrentarse con las cosas desconocidas, incluso oscuras de uno: ambiguas, inciertas, ambivalentes, contradictorias, complejas. Y los del cambio que uno empieza a generar alrededor. En ese proceso se pueden perder, se suelen perder relaciones. Pero se abren las puertas hacia otras.......
     

  • El cambio produce cierto efecto dominó. Se van cambiando ciertas características y se producen modificaciones internas nuevas, y alrededor.
     

  • Se produce de repente como en saltos. Se anda se anda se anda, pareciendo a veces que no se anduviera. Hasta que, sin que uno lo sepa -como en la bicicleta- transformó muchas cosas...
     

  • Se pueden producir “latencias”, como las del “desensillar hasta que aclare”, es que “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, y el andar tiene sus ritmos y procesos internos.
     

  • El terapeuta -en este proceso- es como un remero que te ayuda a que lleves tu barco a tu propia orilla, cuando hay momentos en los que no sabés cómo hacer. Es como una llave que buscaste para que actives internamente, para que te abras y abras las puertas de lo que sos, de quien sos y de lo que querés ser y hacer. 

  • Porque a veces no se sabe cómo hacerlo, ni que se puede hacerlo...

 

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